
Así las tres intrépidas musas del tenedor después de una mini incursión por el diseño low cost nos encontramos en el prestigioso buffet de IKEA ante la posibilidad infinita de platos (dícese albóndigas de 10, 15 o 20 unidades).
Ni cortas ni perezosas encargamos nuestra tonelada de carne picada con la extraña virtud de ser esferas perfectas de sabor indeterminado. Y aquello estaba… cuestionable.La presentación era cuanto menos llamativa, con su salsa de color extraño, su pegote de frambuesa y sus banderitas suecas por doquier. Vamos que parecía una manifestación popular más que una comida. Sentadas a la mesa decidimos que lo mejor era regarlo con una exótica bebida que respondía al nombre de Swedish Lingonberry, por aquello de hacer juego con la mermelada. El mejunje de color rosado era técnicamente un flash de fresa reconcentrado.
Con este panorama decidimos darnos a una conversación a la altura de las circunstancia, es decir, Gran Hermano (no pensarán que vamos a hablar de la influencia Freudiana de las croquetas con tamaño panorama culinario).La conclusión es que la credibilidad en el paladar de María ha bajado dos puntos y la próxima vez nos dejaremos seducir por el encanto del menú del día en el bar de al lado. Pero... ¿¡Y lo bien que nos lo pasamos!?
1 Comentarios
Menos mal que hay más gente así... Me preocupé gravemente el día que me ví comiendo un perrito caliente de IKEA y aún estaba tratando de olvidar aquél recuerdo.
ResponderEliminarUn besote!
PD: A lo mejor este finde me acerco a Madrid; te llamo y quedamos si quieres...