LOS 40 , EL MUSICAL DE TU VIDA

-Mamá, me he ido al teatro.
-¿Y qué has visto?
-Un anuncio muy largo.
-¿Pero no has dicho que has ido al teatro? Si el teatro no es como la tele, no tiene anuncios.

-Eso era antes mamá, ahora hasta los nombres de los teatros son anuncios… ¿Qué te espera entonces de las obras que en ellos echan?


Pues sí, la vida es así y si Los 40 el Musical era claramente una macro publicidad cara de la emisora de radio más popular entre los jóvenes con pocas neuronas. Su musical no es si no un fiel reflejo de lo que estamos enseñando a una juventud con poco seso y mucho sexo. Pero además hay más anuncios, obvio, que el antaño teatro Movistar (y de nuevo Rialto) tenía que tener más patrocinios, el más descarado el de Licor 43 y Coronita, hasta tal punto que como Coca Cola no ha debido poner pasta los protagonistas lo toman a “palo seco”.

Me explico. El patio de butacas se llenó de imberbes adolescentes que han asistido como grupo amparados por un colegio. En la primera parte de la obra ya han aprendido que ser virgen es malo, que lo mejor es fornicar como conejo y ser déspotas, antipáticos y crueles. Han decidido como el protagonista de la obra que contar intimidades en Internet es, no sólo bueno, si no loable. Que las relaciones con las chicas son el pan nuestro de cada día y que divertirse prima sobre cualquier cosa. Han vislumbrado un amor verdadero que es de todo punto sintético mientras los actores, todos gritones, destrozaban tímpanos con una selección propia de cualquier tortura de La Naranja Mecánica. Y lo mejor es que es una actividad extraescolar. ¡Que Dios bendiga a la ESO!


En fin, vamos al lío. Joaquín es le protagonista (en un homenaje al fallecido locutor de Los 40 del que al menos tienen la decencia de nombrar por su frase más mítica ante el desconocimiento de la plana mayor del público potencial, si , coñe, me refiero a Luqui), es un jovencito algo díscolo que tiene un radio blog donde cuenta la vida y miserias de todos sus amigos (por supuesto anónimamente). De ese modo nos presenta a Alex y David. Ella una perroflauta promiscua y desaliñada y él un neurótico compulsivo obsesionado con la limpieza. Por otro lado Chema y Laura una pareja angelical y casta que guarda los votos de virginidad hasta llegar al altar para desesperación de sus amigos. Y Mateo, hermano mayor de Joaquín y Sara, su mejor amiga, una pareja aparentemente perfecta y feliz. Todas las historias avanzan a bandazos guiadas por una música que más que marcar una vida consiguen convencer del canon de popularidad de las emisoras y la supremacía de los cantantes melódicos sobre cualquier tipo de buen gusto. De hecho las canciones más aclamadas son precisamente las que más se alejan de la década de los 90 y del recién estrenado milenio.

Y la mejor forma de decirlo es sin vaselina. De todo el elenco poco se puede salvar exceptuando (y valorando la honra de su trayectoria) a Armando Pita y a su compañera María Blanco. El resto flojillos, flojillos se defienden como gato panzarriba intentando chillar más que el resto del reparto (no se sabe si en un afán de ser escuchados sobre el resto o con la intención de hacer saltar los tímpanos a la audiencia).

Las coreografías son de traca y el vestuario infernal. La historia floja y poco contundente con un final del primer acto que posiblemente sea lo más anacrónico, musicalmente hablando, del mundo. ¿No saben que no se puede acabar un acto con una balada lacrimógena?
Y la selección musical dudosa y cuestionable con abundancia de éxitos de verano y canciones que previsiblemente pasarán al olvido, casi todas en español, y las que aguantaron en inglés interpretadas en el archiconocido idioma “Guachu Guachu”, vamos que de inglés no llegamos al aprobado.

En fin, más que querer salir del teatro bailando dan ganas de salir corriendo. Ustedes verán pero al precio al que han puesto la entrada es para pensárselo...

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